Tulio Hernández en El Nacional 29/03/01

En la esquina sureste de la plaza Bolívar de San Cristóbal se avista un sobrio y blanco edificio de aires neocoloniales, cuya construcción data de los años 30. Su serena belleza contrasta de manera triunfante con la fealdad imponente de algunos edificios cercanos, construidos en las últimas décadas del siglo XX sin el más mínimo criterio de diálogo con aquello que debería representar el centro histórico de una ciudad.

El edificio del que hablamos fue concebido y realizado por Luis Eduardo Chataing —el mismo arquitecto del Teatro Nacional de Caracas—, y es muy probable que sea la primera edificación construida en Venezuela con el objetivo especifico de albergar ya no un teatro o una universidad, sino un centro cultural en su sentido moderno.

Decretada por el propio Juan Vicente Gómez al final de sus días, la obra, sin embargo, fue inaugurada bajo el gobierno de López Contreras, como sede de la Sociedad Salón de Lectura - Ateneo de San Cristóbal. Una organización que arribó a los 94 años de existencia el pasado jueves 19 de abril, y que resume en su itinerario una pequeña épica ciudadana que nos ayuda a comprender mejor otro tipo de historia nacional, que no se limita a la narración de cuanto ha ocurrido en torno al ejercicio del poder desde su sede máxima de Miraflores.

II

En el origen del Salón de Lectura, denominación primera del proyecto, se encuentra la iniciativa de un representativo grupo de jóvenes tachirenses al frente de los cuales estaba José Antonio Guerrero Lozada, quienes incorporan a Abel Santos, conocido intelectual de la región, que a la larga sería su más decidido impulsor. El objetivo que los animaba —nada común en un territorio remoto, en franca crisis económica y marcado por la hegemonía de militares y caudillos— era crear un espacio especialmente dedicado a la lectura y debate de las más recientes ideas y propuestas artísticas que llegaban al Táchira.

La iniciativa fue prosperando. Pronto se convirtió en una referencia, y de alguna manera tuvo mucho que ver con el destino de Abel Santos, hombre que comienza siendo abierto enemigo de Castro; luego, a su muerte, se convierte en ministro de Gómez; cae más tarde en desgracia y va a parar a la cárcel y al destierro, para terminar regresando a Caracas por invitación del dictador. En ese último encuentro, Santos solicita al Benemérito la construcción de la sede del Salón de Lectura de San Cristóbal, cosa que Gómez acepta.

Desde entonces, con momentos de auge y caída, el Salón de Lectura se convirtió en el gran escenario tachirense. Lugar de culto y divulgación de la lectura: Pío Gil, antes de morir en París, le dona su biblioteca personal. Foro privilegiado para el debate: Amenodoro Rangel Lamus, otro destacado intelectual local, dicta allí sus conferencias sobre la revolución soviética en 1917; Alberto Adriani presenta por primera vez sus tesis sobre una economía nacionalista y la siembra del petróleo; Leonardo Ruiz Pineda ejerce funciones dirigentes y de divulgación de las tesis democráticas.

En un país y una región azotados por una debilidad institucional mayor que la de hoy en día, el Ateneo de San Cristóbal, como ocurrió en Caracas y otras ciudades del país, se convirtió en el lugar de gestación, nacimiento y sede de iniciativas tan diversas como la primera Escuela de Música local, el Centro de Historia del Táchira, la Universidad Popular Abel Santos, la extensión de la Univwersidad Católica Andres Bello y la Corporación Andina de Fomento (Corpoandes), o de ambiciosos y pioneros proyectos de investigación social como aquél que, emprendido por Luis Felipe Ramón y Rivera e Isabel Aretz, daría como resultado a comienzos de los años 60 los tres grandes volúmenes de Folclore tachirense, publicados por la Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses (BATT).

III

El Ateneo de San Cristóbal, como todas las organizaciones venezolanas del presente, también ha sido en ocasiones objeto de grandes críticas y debates sobre quiénes y cómo lo deben dirigir, o cuán cerradas o cuán abiertas son —o deberían ser— sus políticas y sus públicos, y también objeto de deseo de los grupos políticos locales. Pese a ello, es una institución llena de vida, con un edificio excelentemente mantenido y restaurado con criterio profesional, que ha estado celebrando su aniversario con una vigorosa programación.

Esta semana que concluye debe haber terminado, también en su sede, una Feria Nacional del Libro que tuvo como aliados excepcionales a la Fundación Kuai-Mare y a la Lotería del Táchira. Durante varias noches, el patio central del edificio —«de Ladrillo y Cielo», dice el programa— sirvió de escenario a conciertos de orquesta, recitales de músicos y poetas y presentaciones de libros diversos. El poeta colombiano Jota Mario Arbeláez y un numeroso grupo de venezolanos —con Ernesto Román y Enrique Hernández D’Jesús al frente— hicieron que la ciudad se convirtiera por dos semanas en una pequeña capital de la poesía. Ramón J. Velásquez, protagonista también y seguidor de esta historia, hizo de presentador de nuevos títulos de la BAAT, que cumple ahora 40 años de existencia con 180 títulos en su haber.

En el fondo, con este encuentro y en esta casa, lo que se celebra es una experiencia local de amor por los libros y la lectura, por las artes y las ideas, distinta a la secuencia de caudillos, autócratas y presidentes con la que se tendió por mucho tiempo a asociar de modo casi exclusivo la rica vida tachirense. Se celebra, también, y es lo más importante, la existencia en Venezuela de un tipo de organizaciones surgidas del seno de lo que hoy se conoce como sociedad civil, que —ya sea bajo gobiernos autoritarios o bajo aquéllos de aprendizaje y desaprendizaje democráticos— han logrado mantener con vida espacios autónomos para el debate y la creación artística e intelectual. En un país dominado por los tentáculos del Estado, y en una región secuestrada por el imaginario de militares y caudillos, el asunto es como para celebrarlo.

Tomado de http://www.analitica.com/bitblio/tulio/otras_historias.asp